domingo, 14 de octubre de 2012

Letras de a pie.

-Hey chico, dame un perrito.

Nunca fui un gran aficionado a este estilo de comida, pero intento tragármelo mientras espero en la gran avenida de almacenes, vigilando y acechando a mi próxima victima.
Joyería Goldberd, llevada por un judío, no tengo nada contra esos estafadores, pero a ese en concreto le debo dos balas, una en cada ojo, sin contar que volare su tienda con los diez litros de gasolina que tengo guardados en mi coche a unas tres manzanas de aquí.

Es lo bueno de ser un poli retirado, con el tiempo se adquieren cierto conocimiento que no esta al alcance de todos, eso y los doscientos cuarenta pavos que me ha costado sacarle la información a un camello local, un viejo conocido que tenía cierto interés para que le quitara la competencia de en medio. Heroína,  corre como ríos de miel por estas calles últimamente. Indiferentemente de eso, he podido saber que ronda harán los polis esta noche, hay que ver como se pudre esta ciudad.

Las diez y media de la noche, voy caminando hacia mi coche pensando en como lo haré, repasándolo una y otra vez en mi mente, cada detalle, como un loco obcecado en una misma idea.
El calvo estará en la sala trasera, solo, contando el dinero y metiéndose nieve como cada noche, encerrado a cal y canto, protegido por una puerta de unos quince centímetros, mientras sus guardaespaldas esperan en la sala principal.
La mayor enfermedad de un hombre es ser un animal de costumbre. Este animal en concreto jamas se fía de nadie, por eso cierra todas las puertas y lleva las llaves consigo, sera algo que lamentara.

Las doce, es casi la hora, las calles vacías y la luz tenue que sale de la joyería indican que da comienzo la función.
Rodeo la tienda y en la puerta trasera vuelco parte de la gasolina que traigo conmigo, dejando un pequeño charco, brillante como la misma plata a la luz de la luna. Escondo el barril de gasolina tras unos contenedores, tratando de ser lo mas silencioso posible voy corriendo a la entrada principal, acerco el oído a la puerta y consigo distinguir dos voces, lentamente saco mi Remington del 44.

Imágenes y sonidos recorren la mente del detective, un suspiro largo y profundo salen de su cuerpo, su ojos se abren, su mirada cambia y como si fuera el portador de la misma ira, toca la puerta frenéticamente.

-Ya va, ya va maldito histérico.

Se abre una pequeña ventanilla donde tan solo se ven unos ojos, la visión de un cañón estremece la cara del condenado. Sonido y bala por igual atraviesan su cráneo. Sopla una gran ráfaga de viento y el ambiente se llena de sangre y pólvora.

El detective corre hacia la puerta trasera por el pequeño callejón, desde ahí ya puede oír los intentos fallidos del otro mastodonte intentando derribar la puerta. Al llegar a la parte trasera contemplo como se abría la puerta y salia Isaac con un maletín en la mano.
Una llama recorrió el aire y la imagen de Isaac siendo devorado por el estallido de la gasolina que estaba bajo a sus pies, hizo compañía a la sonrisa y la mano alzada del detective que momentos antes sostenía un zippo. Apartando de un golpe en la cara a su victima se apresuro adentrarse a la sala, tan solo observó una llave encajada en la cerradura y la escopeta que estaba depositada en el marco de la puerta.

Sin pensárselo dos veces abrió la puerta con escopeta en mano y pudo ver un cadáver vivo dándole la espalda, intentando aun tirar la puerta principal.

-Estúpido cretino.

El retroceso del arma consiguió que el detective se balanceara pero su fuerte rugido obligo al lacayo que besara la puerta de cuerpo completo, mientras su espalda escupía sangre de forma desenfrenada.
Tiro la escopeta al suelo y agarro uno de los manteles de franela que cubrían las vitrinas y salio al callejón.


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